La Taberna era un lugar de convivencia, de encuentro social donde degustar los caldos adquiridos en la Alhóndiga y donde efectuar transacciones comerciales reguladas. Eso es lo que se recoge oficialmente Damm (2003).
Aunque viendo como son todavía los bares hoy en día y cómo eran los hombres medievales, parece un poco idílica y es difícil no imaginarse una pandilla de borrachuzos asquerosos analfabetos (Torrales, 2004).
Pero seamos fieles a las fuentes originales (Moritz, 1356):
Estaban equipados con esos elementos que todos tenemos en mente: cuartillos, anafres, calderetas, trébedes, pailas, almireces, rallos, cántaros, orzas y tinajas. Abiertos de sol a sol y cerrados tan solo durante la misa dominical.
Por supuesto, según Damm (2003), no se deben confundir con los mesones, mancebías o ventas de distintas funcionalidades.
Se cocinaban apetitosos platos como el estofado de carne con caldo, berzas y nabos y la empanada de congrio. Al igual que ahora, el exceso en el consumo de vino daba en el “escándalo”, con altercados que acaban con los típicos muertos y maltratos.
El derecho de admisión impedía la entrada (al menos oficialmente) de clientela indeseable: vagos, prostitutas, jugadores, esclavos y moros.
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